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martes, 30 de abril de 2019

El poema sinfónico (II). Nacionalistas rusos.


Uno de los componentes de la magúchaya kuchka (Могучая кучка), Grupo de los cinco, Puñado poderoso y otras tantas denominaciones, el grupo de músicos rusos nacionalistas, fue Modest Mussorgsky.
Fue autor de la ópera Boris Godunov, basada en el libro de Aleksandr Pushkin, el mismo que proveyera el argumento del cuento El zar Saltán, musicalizado por Rimsky Korsakov.


Modest Mussorgsky también compuso la famosa suite Cuadros de una exposición.
Dentro de la música descriptiva, programática, con elementos extramusicales, tenemos el poema sinfónico.
Piezas generalmente orquestales y en un movimiento, que necesariamente cuentan una historia o describen paisajes, ciudades, animales.

En este caso, Modest cuenta con la orquesta un relato inspirado en otro literato ruso, Gogol.
Es la descripción de una noche de San Juan en el monte Pelado, o Calvo.
Cuando las luces del atardecer se esconden y las tinieblas hacen su aparición,  se honra a Satanás (Chernabog: recuerda que черный significa negro en ruso), los espíritus bailan y presencias fantasmagóricas interpretan sus grotescas danzas. Cuando el alba despunta, las ánimas regresan a sus sitios de descanso y todo el paisaje retorna a la normalidad.

El mismo compositor señala qué debemos imaginarnos mientras escuchamos sus sones: asamblea de las brujas, su charla y chismorreo; el cortejo de Satán; la impía glorificación de Satán; y aquelarre de las brujas. Estas indicaciones están extraídas de una carta del compositor a Rimsky Korsakov, pero también encontramos esta otra guía de aquello que describe la música: rumores subterráneos de voces sobrenaturales; aparición de los espíritus de las tinieblas y de Chernabog; glorificación de Chernabog y misa negra; aquelarre de brujas; a lo lejos suena la campana de una iglesia del pueblo, dispersando a los espíritus de las tinieblas; amanecer.

 Walt Disney puso corporeidad y movimiento a la música. Veámosla:






También Aleksandr Borodin, médico y químico, hizo un poema sinfónico describiendo el viaje de un carruaje, una caravana de mercaderes asiáticos, que se encuentran con rusos en su travesía por las vastas estepas. 

Prestemos atención a los primeros minutos y analicemos esta obra maravillosa y sus hipotiposis.
Escucharemos un sonido agudo y persistente realizado por los violines, que pinta la infinita extensión del paisaje. Aparecerá poco después una de las tres melodías de este poema, aquella que representa al contingente ruso, tocada por el clarinete y luego por la trompa.
Inmediatamente las cuerdas harán con sus pizzicati entrar en escena las carretas, con su paso rítmico. De a poco, irán acercándose con su portantillo.
El corno inglés presentará el segundo de los temas, el de los mercaderes asiáticos. Los violines con notas agudas seguirán situándonos en las interminables estepas, con aflautados sonidos armónicos.





Del líder del grupo nacionalista y único que tenía la música como profesión, Mily Balakirev, escucharemos dos poemas sinfónicos.


El primero describe su país natal. Escuchémoslo:





El segundo relata un cuento.

Es la historia de la princesa Tamara, hecha poema por el poeta romántico Mijail Lermontov.
Tamara embelesaba con sus cantos a los paseantes que daban por acercarse a su castillo situado a orillas del rio Terek.
Con solicitud extrema recibía a los viajeros en sus exquisitos aposentos y los colmaba de los más excelsos placeres y la calidez de sus abrazos.
Luego de pasar una noche magnífica, los asesinaba y posaba sus cuerpos en las aguas del río.
Desde su ventana los veía alejarse con la corriente y les dedicaba las más melancólicas, melifluas y sentidas melodías.





He aquí una traducción del poema de Lermontov:


En el paso profundo de Darial,
donde el Terek se mece en las sombras,
una vieja torre ennegrece,
alzándose sobre las roca negras.
En esa torre alta y cercana
vivía la zarina Tamara:
bella como el ángel del cielo,
astuta y mala cual un demonio.
A través de la niebla nocturna
brillaba una luz dorada
que atraía a los viajeros
y les invitaba a descansar.
Y la voz de Tamara se oía
encarnada de deseo y pasión.
Tenía el encanto de la soberanía
y de un misterioso poder.
A un varón su voz llamaba,
guerrero, comerciante o pastor:
las puertas se abrían ante él,
y un ceñudo eunuco encontraba.
En una cama suave,
adornada de perlas y brocado,
ante dos copas de vino
esperaba ella al invitado.
Entrelazadas y calientes manos,
labios a labios se pegaban,
y sonidos salvajes, extraños,
toda la noche allí resonaban.
Como si en esa torre vacía
cien jóvenes ardientes con esposas
festejaban una noche de bodas
o un gran banquete de entierro.
Sólo el resplandor de la mañana
lanzaba rayos sobre las montañas.
La oscuridad y el silencio
reinaban allí de nuevo.
Solamente Terek en el cañón Darial
rompía con trueno el silencio;
olas corrían hacia otras olas
y luchaban en el río.
Llorando, ellas tenían prisa
para llevar un cadáver mudo.
Algo blanco en la ventana
sonaba desde allí: ¡disculpa!
Y la despedida era tan suave,
tan dulce sonaba esa voz,
como si prometiese para siempre
éxtasis y caricias de amor.

Imagen del cañón de Darial, con el río Terek, en Georgia. Cuadro de Rufín Sudkovski





jueves, 11 de abril de 2019

Músicos y Napoleón (II)

Niccolò Paganini, virtuoso genovés, fue director musical en el principado de Lucca y Piombino durante todo lo que duró este principado de los Bonaparte, desde 1805 a 1814.
En ese año estos territorios pasarían a conformar el ducado de Lucca, y serían regidos por María Luisa de Borbón, hija de Carlos IV.

Una hermana de Napoleón fue destinada a estos territorios toscanos: María Ana Elisa Bonaparte, con los títulos de Princesa de Lucca y Piombino.
Fue en esa época que Niccolò compuso la sonata Bonaparte, con verzeichnis MS 5 (si estás preguntándote a qué se corresponden las iniciales, es a María Rosa Moretti y Anna Sorrento).




Aparentemente, las destrezas del músico encandilaron tanto a María Ana como a la sexta de los ocho hermanos Bonaparte, Paulina: se le atribuyen romances con ambas hermanas.

Para el gran Napoleón tocó también Niccolò. Fue en ocasión de su encuentro con el zar Alejandro I de Rusia, en Erfurt, en 1808.
Tenemos una referencia cinematográfica en una extrardinaria miniserie, en el tercero de los episodios.
Podemos escuchar aquí uno de sus célebres Caprichos, el 24.

Y el mismo capricho, retratado en otra película:



Y ahora veremos el allegro inicial del Concierto para violín 1 de Niccolò Paganini fantásticamente interpretado facialmente :


De esa época es también Gaspare Spontini, quien dedicó a María Ana la ópera La Vestale, y cuya ópera Fernand Cortez ofició de música propagandística napoleónica en la campaña española.

Cambiando ya de siglo, Arthur Honegger, compositor suizo del siglo XX, compuso música para la película  muda Napoleón de Abel Gance, de 1927.

Escuchemos unos fragmentos:



También el fundador de la Segunda Escuela de Viena,  el expresionista Arnold Schönberg, escribió en 1942 la Oda a Napoleón Buonaparte, pieza dodecafónica basada en un poema de Lord Byron escrito en ocasión de la abdicación del general en 1814.







’Tis done—but yesterday a King!
And armed with Kings to strive—
And now thou art a nameless thing:
So abject—yet alive!
Is this the man of thousand thrones,
Who strewed our earth with hostile bones, And can he thus survive?
Since he, miscalled the Morning Star [Lucifer],
Nor man nor fiend hath fallen so far.

Ill-minded man! why scourge thy kind
Who bowed so low the knee?
By gazing on thyself grown blind,
Thou taught’st the rest to see.
With might unquestioned,—power to save,— Thine only gift hath been the grave
To those that worshipped thee;
Nor till thy fall could mortals guess
Ambition’s less than littleness!

Thanks for that lesson—it will teach
To after-warriors more
Than high Philosophy can preach,
And vainly preached before.
That spell upon the minds of men
Breaks never to unite again,
That led them to adore
Those Pagod things of sabre-sway,
With fronts of brass, and feet of clay.

The triumph, and the vanity,
The rapture of the strife—
The earthquake-voice of Victory,
To thee the breath of life;
The sword, the sceptre, and that sway
Which man seemed made but to obey, Wherewith renown was rife—
All quelled!—Dark Spirit! what must be
The madness of thy memory!

The Desolator desolate!
The Victor overthrown!
The Arbiter of others’ fate
A Suppliant for his own!
Is it some yet imperial hope
That with such change can calmly cope?
Or dread of death alone?
To die a Prince—or live a slave—
Thy choice is most ignobly brave!

He who of old [Milo] would rend the oak, 
Dreamed not of the rebound;
Chained by the trunk he vainly broke— 
Alone—how looked he round?
Thou, in the sternness of thy strength,
An equal deed hast done at length,
And darker fate hast found:
He fell, the forest prowlers’ prey;
But thou must eat thy heart away!

The Roman [Sylla], when his burning heart Was slaked with blood of Rome,
Threw down the dagger—dared depart,
In savage grandeur, home.—
He dared depart in utter scorn
Of men that such a yoke had borne,
Yet left him such a doom!
His only glory was that hour
Of self-upheld abandoned power. 

The Spaniard [Charles V], when the lust of sway
Had lost its quickening spell,
Cast crowns for rosaries away,
An empire for a cell;
A strict accountant of his beads,
A subtle disputant on creeds,
His dotage trifled well:
Yet better had he neither known
A bigot’s shrine, nor despot’s throne

But thou—from thy reluctant hand
The thunderbolt is wrung—
Too late thou leav’st the high command
To which thy weakness clung;
All Evil Spirit as thou art,
It is enough to grieve the heart 
To see thine own unstrung; 
To think that God’s fair world hath been
The footstool of a thing so mean;














And Earth hath spilt her blood for him,
Who thus can hoard his own!
And Monarchs bowed the trembling limb, And thanked him for a throne!
Fair Freedom! we may hold thee dear,
When thus thy mightiest foes their fear
In humblest guise have shown.
Oh! ne’er may tyrant leave behind
A brighter name to lure mankind

Thine evil deeds are writ in gore,
Nor written thus in vain—
Thy triumphs tell of fame no more,
Or deepen every stain:
If thou hadst died as Honor dies.
Some new Napoleon might arise,
To shame the world again—
But who would soar the solar height,
To set in such a starless night?

Weigh’d in the balance, hero dust
Is vile as vulgar clay;
Thy scales, Mortality! are just
To all that pass away:
But yet methought the living great
Some higher sparks should animate,
To dazzle and dismay:
Nor deem’d Contempt could thus make mirth Of these, the Conquerors of the earth.

And she, proud Austria’s mournful flower, Thy still imperial bride;
How bears her breast the torturing hour?
Still clings she to thy side?
Must she too bend, must she too share
Thy late repentance, long despair,
Thou throneless Homicide?
If still she loves thee, hoard that gem,—
’Tis worth thy vanished diadem!

Then haste thee to thy sullen Isle,
And gaze upon the sea;
That element may meet thy smile—
It ne’er was ruled by thee!
Or trace with thine all idle hand
In loitering mood upon the sand
That Earth is now as free!
That Corinth’s pedagogue hath now Transferred his by-word to thy brow.

Thou Timour! in his captive’s cage
What thoughts will there be thine,
While brooding in thy prisoned rage?
But one—“The world was mine!”
Unless, like he of Babylon,
All sense is with thy sceptre gone,
Life will not long confine 
That spirit pour'd so widely forth- 
So long obey'd- so little worth! 

Or, like the thief of fire from heaven, 
Wilt thou withstand the shock? 
And share with him, the unforgiven, 
His vulture and his rock!
Foredoom'd by God -by man accurst, 
And that last act, though not thy worst, 
The very Fiend's arch mock; 
He in his fall preserved his pride 
And, if a mortal, had as proudly died!

There was a day—there was an hour, 
While earth was Gaul’s—Gaul thine— 
When that immeasurable power
Unsated to resign,
Had been an act of purer fame
Than gathers round Marengo’s name,
And gilded thy decline
Through the long twilight of all time,
Despite some passing clouds of crime

But thou forsooth must be a king,
And don the purple vest,
As if that foolish robe could wring
Rememberance from thy breast.
Where is that faded garment? where
The gewgaws thou wert fond to wear,
The star—the string—the crest?
Vain froward child of empire! say,
Are all thy playthings snatched away?

Where may the wearied eye repose
When gazing on the Great;
Where neither guilty glory glows,
Nor despicable state?
Yes—one—the first—the last—the best—
The Cincinnatus of the West,
Whom envy dared not hate,
Bequeath’d the name of Washington,
To make man blush there was but one!