La música es un arte temporal.
Pasa. Sucede. Queda en nuestra memoria, podemos recrearla si tenemos cierto poder de retentiva ya sea silbándola, cantándola o tocándola en un instrumento.
A partir del perfeccionamiento de la escritura musical, adquirió cierta corporeidad y la capacidad de perpetuarse: las partituras viajaron a través de las centurias gracias a esas pequeñas manchas de tinta situadas entre líneas.
La música, como las artes plásticas, tiene también forma.
Es más difícil de percibir, quizá, pero la tiene. Y te preguntarás qué elementos constituyen la forma musical.
En un cuadro tenemos las líneas del dibujo, o las manchas de colores que representan objetos o formas o texturas. En una obra de teatro tenemos escenas, cuadros, actos.
En la música las formas se construyen a partir de las melodías.
Una melodía es una frase con sentido propio, digamos algo así como la analogía de la oración. Tiene momentos de reposo, de tensión, y hasta tiene un punto al final.
El primer paso para reconocer formas musicales, pues, es identificar las melodías. Y recordar la primera que aparece es esencial, ya que nos indicará el orden de las estructuras mayores: si esa misma melodía se repite (A-A), si al repetirse se modifica (A-A'), si no se repite y luego de ella aparece otra (A-B).
Veamos como ejemplo una melodía clásica, extraída de un minuet de un Quinteto de cuerdas de Luigi Boccherini.
Verás que podemos distinguir dos partes en esta oración sonora: la primera está conformada por las dos preguntas, y se nota claramente que falta la resolución, que allí no acaba la oración.
La segunda parte dura lo mismo que la primera, y termina resolviendo la tensión, escuchamos que es el final. Nuestro oído reconoce el familiar, casero y coloquial chim-pum.
Una vez identificada y recordada la primera melodía, procederemos a identificar la forma de la pieza.
A tal fin, denominaremos A a esta primera oración musical.
Verás que el pulso es constante, diríamos que casi mecánico, como si proviniese de un organillo o acompañase los innumerable e inútilmente trajinados senderos del tío-vivo.
(Escucha la melodía mientras marcas los pulsos con un boli en la mesa).
Esto sucede casi siempre en las piezas de este periodo. Los clásicos se sienten cómodos en lo previsible, en lo simétrico, lo balanceado, lo racional. (Nietzsche sabía mucho de esto, de la convivencia y alternancia entre clásico y romántico, apolíneo y dionisíaco).
Esta es, pues, la primera de las melodías, la melodía A de este minuet.
Es más fácil identificar sus partes si les ponemos una letra acorde.
En la melodía que estamos viendo, sus dos partes son idénticas en duración. Empiezan con una anacrusa, -unas notas anteriores al tiempo fuerte inicial-, tiene compases de tres tiempos y cada parte tiene cuatro compases.
Antecedente: _ _ _ _ / _ _ _ _ / _ _ _ _ _ _ _ / _ _ _ _ / _ _ _
Consecuente: _ _ / _ _ _ _ _ _ / _ _ _ _ _ _ / _ _ _ _ _ / _
Cada uno de los guiones bajos que ves es una de las sílabas. Aquellos que están resaltados, que son de trazo más grueso, indican que son sílabas tónicas. Algunas están a medio camino, porque serían notas semifuertes, que admiten tanto sílabas átonas como tónicas.
Veremos ahora otra melodía que estudiaremos, esta vez será la primera que se oye en el segundo movimiento de la Sonata para piano nº8 de Beethoven.
En esta encontramos idéntico esquema: es una melodía de 8 compases -esta vez, empero, tendrán dos tiempos cada uno y no tres, como en el minuet- con dos secciones reconocibles: el antecedente y el consecuente, o, lo que es lo mismo, la pregunta y la respuesta.
Para ponerles letra debemos tener presente qué notas, qué tiempos son los acentuados y cuáles son átonos.
Esto nos da este esquema:
En los primeros años del Romanticismo Franz Schubert hará un tema con variaciones en el último movimiento de un quinteto. Usará una melodía juguetona de su autoría, perteneciente a uno de sus lieder. Se llama La trucha. Lee la letra y retén la melodía.
Ahora verás cómo en el Romanticismo pleno la melodía deja de tener esta sujeción.
El pulso ya no es un molde constante: se arrebata, se acelera, se ralentiza, se detiene. El discurso no es monótono ni isócrono, sino que responde a las veleidades, a los fluctuantes vaivenes de las emociones deliberadamente descontroladas.
No solo se dificulta seguir o encontrar el pulso, sino saber cuándo comienza y acaba la melodía, que se disuelve en atmósferas sonoras. Contribuye a esta sensación que en este periodo comienza a usarse como material compositivo un elemento que tiene a veces más elocuencia que las mismas palabras: el silencio.
Escucha este poema sinfónico de Jean Sibelius, Finlandia, e intenta seguir los pulsos. Luego, intenta identificar dónde comienza y dónde acaba la melodía primera (la melodía A), cuál es la pregunta y cuál la respuesta...
No hay comentarios:
Publicar un comentario