Un Mozart con risa descontrolada (ningún documento lo pinta así) tiene como celoso contrincante a un inepto Antonio Salieri, que lo lleva al borde de la muerte.
Esto, al parecer, fue basado tanto en algún comentario de Wolfgang como en un poema de Pushkin.
En la corte vienesa del emperador José II primaban los músicos italianos, y tanto Wolfgang como su padre pensaban que entorpecían el trabajo del de Salzburgo.
Rimsky Korsakov hizo luego una ópera basada en ese poema titulada así, "Mozart y Salieri", y hace unas décadas se realizó la película que hará de Antonio Salieri una suerte de sombra.
En la ópera de Rimski suena el comienzo del Requiem de Mozart y también hay una cita musical de Don Giovanni, el aria de Zerlina Batti, batti, o bel Masetto.
Y aquí Rimsky componiendo al estilo mozartiano:
Salieri, empero, fue un músico muy bien considerado, tanto antes como después de Mozart.
De hecho, entre sus alumnos podemos contar nada menos que a Beethoven, Liszt, Schubert...
En verdad hubo otra rivalidad que no aparece en la película.
Y fue con un valenciano: Vicente Martín y Soler, a quien los italianos llamaban Martini.
Martín y Soler -o Martin i Soler-, que trabajó en Madrid, Nápoles, Londres, Viena y murió en San Petersburgo haciendo música para y con Catalina II (ella escribiría el libreto de "El desgraciado héroe Kosmetovich", que musicalizó Martini), tuvo su momento de mayor esplendor nada menos que en Viena y en tiempos de Mozart.
De hecho, Wolfgang fue a ver su ópera más famosa y exitosa: "Una cosa rara", y la citó en "Don Giovanni".
El título puede llevarte a creer que la ópera es en español, pero no, está en italiano. El argumento incluye como personajes a la reina Isabel I (Trastámara, la Católica) y a su hijo el infante Juan, más dos parejas de campesinos, un escudero y el comendador. La reina y su séquito están de caza en Andalucía y se encuentran con Lilla, que es preciosa y de la que todos quedan prendados, Juan inclusive, pero ella ha depositado su corazón en Lubino. La reina debe solucionar desentendimientos amorosos.
De hecho, entre sus alumnos podemos contar nada menos que a Beethoven, Liszt, Schubert...
En verdad hubo otra rivalidad que no aparece en la película.
Y fue con un valenciano: Vicente Martín y Soler, a quien los italianos llamaban Martini.
Martín y Soler -o Martin i Soler-, que trabajó en Madrid, Nápoles, Londres, Viena y murió en San Petersburgo haciendo música para y con Catalina II (ella escribiría el libreto de "El desgraciado héroe Kosmetovich", que musicalizó Martini), tuvo su momento de mayor esplendor nada menos que en Viena y en tiempos de Mozart.
De hecho, Wolfgang fue a ver su ópera más famosa y exitosa: "Una cosa rara", y la citó en "Don Giovanni".
El título puede llevarte a creer que la ópera es en español, pero no, está en italiano. El argumento incluye como personajes a la reina Isabel I (Trastámara, la Católica) y a su hijo el infante Juan, más dos parejas de campesinos, un escudero y el comendador. La reina y su séquito están de caza en Andalucía y se encuentran con Lilla, que es preciosa y de la que todos quedan prendados, Juan inclusive, pero ella ha depositado su corazón en Lubino. La reina debe solucionar desentendimientos amorosos.
Lorenzo Da Ponte se basó en la comedia La luna de la sierra, de Vélez de Guevara.
No he leído aún este texto, pero realmente, el resultado argumental de don Lorenzo es, cuando menos, una cosa rara pero que muy rara, sí, efectivamente.
Ahora escucharemos el fragmento que Mozart cita.
Y ahora veremos el fragmento de Don Giovanni en que se escucha la cita a Martín y Soler (y luego citará el aria Come un agnello de Giuseppe Sarti, de la ópera Fra i due litiganti, il terzo gode e inclusive hará una autocita al incluir "Non più andrai", de Le nozze di Figaro).
Presta atención cuando Giovanni dice "Bravi, cosa rara!", por si quedaran dudas de lo que toca la orquestita en ese momento.
Y pregunta a Leporello "Che ti par del bel concerto?" a lo que el criado responde con un críptico "È conforme al vostro merto". Conforme a vuestro rango... ¿Qué habrá querido decir con esas líneas el libretista de ambos, Da Ponte? ¿Ironía o elogio? Lo dejo a tu consideración, pero ten presente que es Leporello, un criado -quizá con gustos no tan refinados-, quien demuestra entusiasmo por la obra de Martini.
En el aspecto musical también deja algunos aspectos cuando menos cuestionables.
Una de las primeras escenas nos muestra a Salieri describiendo la Gran Partita. (Como curiosidad e interrogación, me pregunto a qué clase de squeeze box se refiere, ya que el symphonium, uno de los primeros acordeones, fue patentado años después del deceso de Salieri. Te dejo un par de imágenes de modelos de la época de concertina -llamada squeeze box- y symphonium).
Pero volvamos a la película.
Esta serenata consta de siete números. Escuchemos el tercero y el séptimo.
En la película, hacen un corte del tercero y lo pegan con el final del séptimo, dando como resultado final una pieza sin sentido alguno.
Escúchala:
Documental sobre ambos músicos en este enlace.
Ahora lee el poema de Aleksandr Pushkin, como anexo para el estudio.
En la película, hacen un corte del tercero y lo pegan con el final del séptimo, dando como resultado final una pieza sin sentido alguno.
Escúchala:
Documental sobre ambos músicos en este enlace.
Ahora lee el poema de Aleksandr Pushkin, como anexo para el estudio.
Mozart y Salieri
Alexander Puskin (Moscú,1799/1837)
Escena I
Una habitación
Salieri: Dicen que no hay justicia en esta tierra.
Tampoco habrá en el cielo. Para mí,esto es más claro que la simple escala.
He llegado a este mundo amando el arte.
En la infancia brotaban de mis ojos
lágrimas si escuchaba los acordes
del órgano en la iglesia centenaria.
Muy pronto abandoné las distracciones
y rechacé cuanto no fuera música
para entregarme todo a los sonidos.
Hallé muy arduos los primeros pasos,
fatigoso el camino, y sin embargo
pude vencer zozobras, contratiempos.
Basé el arte sublime en el oficio.
Me hice artesano. Di docilidad
y obediencia veloz a cada dedo.
Perfecta afinación cobró mi oído.
Asesiné a la música y después
me puse a disecarla como a un muerto.
Y cuando me adueñé al fin de la técnica
ya pude fantasear, libre y seguro.
Me oculté a componer. No ambicionaba
la fama cruel ni recompensa alguna.
A menudo, en mi celda silenciosa,
sin comer ni dormir, compuse, ebrio
de inspiración y goce, para luego
quemar mis notas y serenamente
ver convertirse en humo las ideas
y los sonidos que de mí brotaron.
Y esto no es nada: cuando Gluck, el grande,
nos reveló de golpe sus secretos
—fascinantes, profundos, misteriosos—,
manso y humilde renegué de todo
lo aprendido y amado: aquella música
que antes supuse la verdad divina.
Seguí a Gluck sin descanso, ciegamente,
como niño extraviado al que señalan
el único camino. Tesonero,
me esforcé hasta lograr lo ambicionado
en el arte sublime. En ese instante
la fama me sonrió, mis armonías
encontraron espíritus afines.
Gocé feliz el fruto de mi esfuerzo.
Mi gloria fue producto del trabajo.
No conocí jamás celos ni envidia.
Me alegró ver triunfar a mis amigos,
hermanos en el arte más hermoso.
No me dolí siquiera cuando, excelso,
Piccini cautivó con sus acordes
a los salvajes bárbaros franceses.
Y vibré al escuchar por vez primera
de Ifigenia la música tristísima.
Nadie podrá llamarme bajo o ruin.
Nadie osaría decir: "Pobre Salieri,
es un vil envidioso despreciable,
una víbora abyecta, pisoteada
que en bestial impotencia muerde el polvo".
Y sin embargo debo confesar
que a partir de hoy envidio. Me desgarra
el tormento rabioso de la envidia.
Pido al cielo justicia. No hay derecho:
el don sublime, la sagrada llama
no son premio del rezo, la fatiga,
los sacrificios, el trabajo duro.
No es justo, no lo es, que el don, la llama
iluminen radiantes la cabeza
de un loco, un libertino... ¿Mozart, Mozart?
(Entra Mozart.)
Mozart: Qué lástima. Intentaba sorprenderte
con otra de mis bromas.
Salieri: Hace mucho
que llegaste a mi cuarto?
Mozart: No, Salieri:
acabo de llegar. Quería mostrarte
una cosita, pero en el camino
oí tocar en la taberna sórdida
a un violinista ciego. Interpretaba
Voi che sapete. Tú no te imaginas
qué gracia me causó escuchar mi obra.
No resistí: te traje al violinista.
Pase usted, amigo. Tóquenos ahora
algo de Mozart como sabe hacerlo.
(Entra el violinista ciego y toca un aria de Don Giovanni.)
Salieri: No le encuentro la gracia francamente.
Mozart: Salieri, es imposible no reírse.
Salieri: Jamás me río cuando el pintorzuelo
de brocha gorda imita la divina
Madonna rafaelista, o un poetastro
parodia al Dante... Lárguese usted, anciano.
Mozart: Espere, aún no se vaya. Le daré
para unas copas. Beba a mi salud.
(Sale el violinista ciego.)
Mozart: Salieri, estás de malas hoy en día.
Mejor te digo adiós. Vuelvo mañana.
Salieri: ¿Qué me trajiste?
Mozart: Una bagatela.
Anoche no dormí. Se me ocurrieron
unas cuantas ideas y hace rato
las anoté. Se me antojó mostrártelas
para que opines; aunque en modo alguno
quiero ser un estorbo.
Salieri: Mozart, Mozart,
siempre eres bienvenido. Toca, escucho.
Mozart: Yo, por ejemplo: un hombre enamorado,
enamorado quizá no, tan sólo
feliz con una niña y un amigo
—tú, por ejemplo— cuando de repente
todo se altera, surgen las tinieblas
y la visión macabra. Escucha, escucha.
(Mozart se sienta al piano y toca.)
Salieri: Es un prodigio. ¿Cómo tú, insensato,
pudiste entrar en la taberna inmunda
en donde toca un pobre diablo? Ay, Mozart,
no eres digno de Mozart.
Mozart: Di ¿te gusta?
Salieri: Cuánta profundidad y qué elegancia
y audacia y armonía. Eres un dios
y no lo sabes, Mozart. Pero, en cambio,
yo sé que eres un dios.
Mozart: Es muy probable,
No lo podría jurar porque tengo hambre.
Extraña cosa ser un dios hambriento.
Salieri: Entonces, Mozart, déjame invitarte
a que cenemos en "El León Dorado".
Mozart: Me parece muy bien. Voy a avisarle
a mi mujer que cenaré contigo.
(Sale Mozart.)
Salieri: No puedo resistir a mi destino.
Fui el elegido para detenerlo.
Si no lo hago, perderemos todos
los sacerdotes del excelso arte,
no sólo yo con mi pequeña fama.
De nada servirá que Mozart viva
y ascienda cada vez cumbres más altas.
No debe todo depender de Mozart.
En cuanto Mozart deje este planeta
la música sin él se vendrá abajo.
El genio no se compra ni se hereda.
Él es un ángel. Trajo sus canciones
y despertó en nosotros los terrestres
ansias inalcanzables. Es preciso
enviarlo de regreso a las alturas.
Aquí tengo el veneno. Don postrero
de mi amada Isidora. Cuántos años
lo he tenido conmigo. Cuántas veces
he sofocado mi deseo de emplearlo
con los canallas que mi pobre vida
transformaron en llaga sin cauterio.
Hondamente me hieren las ofensas.
No soy ningún cobarde, y de la vida
muy poco espero ya. Cuando las ansias
de morirme sentí, me dije siempre:
"¿Matarme? ¿Para qué? Tal vez mañana
me dará la existencia una alegría
o una noche inspirada y deleitosa.
Tal vez surja otro Haydn y disfrute
de su perfecta música. O acaso
ofensas me caerán aun más hirientes,
si lo quiere el destino que es cruel siempre.
Entonces sí me servirá el veneno".
Mi intuición salió cierta: ya he encontrado
al enemigo. Y ya un Haydn nuevo
llenó mi alma de supremos goces.
Veneno, don de amor, llegó la hora:
voy a echarte en la copa del amigo.
Telón
Escena II
(La taberna. Un gabinete reservado. Un piano. Mozart y
Salieri se hallan a la mesa.)
Salieri: Mozart, te veo muy triste. ¿Qué te pasa?
Mozart: No te preocupes, no me pasa nada.
Salieri: Sí, me parece que algo te atormenta.
La comida y el vino fueron buenos
y estás huraño y triste.
Mozart: Bien, de acuerdo:
estoy muy preocupado por mi Réquiem.
Salieri: ¿Trabajas en un Réquiem? ¿Desde cuándo?
Mozart: Ya llevo tres semanas. Es un caso
extraño. ¿Te he contado?
Salieri: No me has dicho.
Mozart: Tendrás que oírme: hará unos veinte días
regresé tarde a casa. Mi mujer
me informó que había ido de visita
un ser todo enlutado. No dormí
pensando en quién sería y qué buscaba.
Aquel hombre insistió sin encontrarme
una vez y otra vez. Pero una tarde,
cuando jugaba con mi hijo, el hombre
llegó a mi casa y pude recibirlo.
Vestía completo luto. Saludó
cortésmente. Afirmó que pagaría
por un réquiem. Cuando hubo hecho su encargo,
se fue tan misterioso como vino.
Jamás ha vuelto a verme el enlutado.
Empecé de inmediato a hacer la música.
Te diré que me siento satisfecho:
no quiero separarme de mi Réquiem.
Aún no te he dicho todo: yo... yo... yo...
Salieri: Dilo ya de una vez.
Mozart: El enlutado,
el enlutado me persigue siempre.
De día y de noche como sombra sigue
todos mis pasos. Aun en este instante
siento que está invisible entre nosotros.
Salieri: Mozart, qué tontería. Por favor,
no tengas miedo. Deja de pensar
en cosas tristes. ¿Sabes? Beaumarchais
solía decirme: "Fíjate, Salieri,
para ahuyentar los negros pensamientos
lo mejor es el vino o la lectura
de mi genial comedia sobre Fígaro".
Mozart: Sí, fue tu gran amigo. Para él
escribiste Tarara que me encanta.
Tiene un pasaje fascinante. Adoro
cantarlo siempre cuando estoy alegre.
Escúchame, Salieri: ¿será cierto
que Beaumarchais envenenó a un amigo,
a no sé quién en no sé dónde... Dicen.
Salieri: No, Mozart, es mentira. Para ello
seriedad y coraje le faltaban.
Mozart: Beaumarchais fue genial. Tú y yo lo somos.
Crimen y genio son incompatibles.
(Salieri echa el veneno en la copa.)
Salieri: Si así lo crees, bebe de esta copa.
Mozart: Brindo por tu salud, por la amistad
de Mozart y Salieri, grandes músicos.
(Mozart bebe.)
Salieri: Espera que yo tome de la mía.
Mozart: No quiero beber más. Voy a tocarte
algo de lo que llevo de mi Réquiem.
(Mozart se sienta al piano y toca.)
Mozart: Salieri ¿estás llorando? ¿Por qué? Dime.
Salieri: Nunca antes he llorado en esta forma
lágrimas a la vez dulces y amargas
como el cansancio de un deber cumplido.
Me parece que un arma bienhechora
un miembro enfermo me amputase.
Oh Mozart, no hagas caso: continúa.
Y que mi alma se anegue con tu música.
Mozart: Ah, si todos sintieran como tú
el arte de la música... Imposible:
el mundo acabaría. Nadie ya
se ocuparía de asuntos terrenales.
La música iba a ser centro de todo.
Somos pocos los grandes elegidos;
no abundamos los sumos sacerdotes
de la belleza. Imprácticos, dejamos
el lucro para otros. ¿No lo crees?...
Salieri, no estoy bien. Algo me pasa.
Me marcho a descansar. Adiós, amigo.
(Sale Mozart.)
Salieri: Mozart, adiós. Será tu sueño eterno.
Pero ¿es verdad lo que dijiste? ¿Son
incompatibles genio y crimen? No:
¿Y Miguel Ángel?... ¿O será invención
o engaño torpe del infame vulgo?
Acaso no mató nunca en su vida
el constructor del Vaticano. Y yo
no soy un genio como él y Mozart.
No pasaré a la historia por mi música
sino por ser el que ha matado a Mozart.
Telón -
Volviendo a Martin i Soler, sin duda alguna sus influencias fueron más allá de Mozart y sus citas.
Una cosa rara fue escrita en 1786.
En 1817, Gioacchino Rossini compuso su magnífica La Cenerentola.
Escucha estos dos fragmentos y dime si no ves cierto parecido.
Y ahora escucha estos dos sextetos. ¿No tienen un cierto aire familiar?
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