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domingo, 20 de mayo de 2012

El poema sinfónico: L'apprenti sorcier, de Paul Dukas

Ilustración de María Celina Rusca
En 1897 Paul Dukas, músico impresionista francés, compuso una obra musical en un movimiento, como corresponde al poema sinfónico.
Ese género romántico descriptivo aborda siempre una temática extramusical que es expresada con sonidos, sin palabras.
Ya puede ser un paisaje, una escena, un cuento...




Luciano de Samósata, sirio, escribió en el siglo II d.C. Philopseudés (El aficionado a la mentira), un relato de relatos. Entre ellos, el cuento que nos interesa, narrado como hecho cierto:

-"Cuando yo vivía en Egipto, siendo todavía joven, enviado allí por mi padre con el propósito de mejorar mi formación, sentí ganas de navegar rumbo a Copto y, desde allí, llegando a las inmediaciones de Memnón, escuchar su maravilloso canto a la salida del sol. Lo que escuché de su boca no fue, como era la norma general, una voz ininteligible sino que el tal Memnón, abriendo personalmente la boca, me dio un oráculo de siete versos, y si no es porque me desviaría del tema podría recitaros yo esos versos.


Durante la navegación río arriba, dio la casualidad de que navegaba con nosotros un hombre de Menfis, uno de los escribas sagrados, admirable por su sabiduría y formación, que conocía todo Egipto.
Se decía que había vivido bajo tierra en los santuarios recónditos durante veintitrés años, enseñado por Isis en el arte de la magia".
- "Te refieres", interrumpió Arignoto, "a Páncrates, mi maestro, hombre sagrado, siempre impecablemente afeitado, inteligente, que no habla bien griego, alto, chato, con los labios hacia fuera y las piernas ligeramente delgadas."

-"Justo, ese era, el mismísimo Páncrates. Yo, al principio, no sabía quién era, pero, en cuanto lo vi realizando muchos prodigios mientras conseguíamos fondear el barco, montando a lomos de cocodrilos y nadando en compañía de animales salvajes al tiempo que estos movían alegres la cola y la replegaban, me di cuenta de que se trataba de un hombre sagrado.
Demostrándole mi amistad, poco a poco casi sin darme cuenta me hice compañero y asiduo acompañante suyo hasta el punto de que él compartía conmigo los secretos de los rituales misteriosos.
Ya, por fin, me convence de que deje a todos los criados en Menfis y que vaya solo con él, pues no nos faltaría quien estuviera dispuesto a atendernos.
Cuando llegamos a una posada, tomando o bien el barrote de la puerta o el cepillo o el palo del mortero, recubriéndolos con túnicas, pronunciando sobre ellos un conjuro, los hacía caminar, dando a todos las impresión de que se trataba de una persona.
El objeto en cuestión salía a la calle, sacaba agua, hacía la compra, preparaba la comida, cumplía sus cometidos y nos atendía correctamente. Y cuando ya nos habían prestado el servicio adecuado, de nuevo volvía a transformar el cepillo en cepillo o el palo en palo pronunciando sobre ellos un nuevo conjuro. 
Por más interés que yo ponía, no podía aprender de él. Él me miraba con recelo, pues estaba más enfrascado en las otras acciones. 
En cierta ocasión, un día, sin que se diera cuenta, escuché la palabra mágica -era de tres sílabas- apostándome en un lugar muy oscuro.
Él se dirigía a la plaza, tras dejarle ordenado al palo del mortero lo que tenía que hacer. Al día siguiente, mientras él gestionaba unos asuntos en la plaza, tomando el palo del mortero y vistiéndolo de modo semejante, pronuncié sobre él las sílabas mágicas y le mandé ir por agua. Cuando volvió con el ánfora llena le dije: '¡Quieto, no vayas ya por agua; vuelve a ser un palo de mortero!' . Pero él no quería hacerme caso, sino que no paraba de ir por agua hasta que nos llenó la casa a base de echar cubos dentro. Yo, sin saber cómo resolver el problema -temía que Páncrates, al volver se enfadara, como así fue, por cierto-, cogiendo un hacha, corté el palo de mortero en dos trozos. Pero cada trozo, tomando el ánfora, iba por agua, con lo que en vez de uno me habían surgido dos asistentes.
En ese momento se me presenta Páncrates y, captando al instante lo que había sucedido, convirtió aquellos trozos en madera, como estaban antes del conjuro, y, abandonándome sin que yo me diera cuenta, se marchó a algún lugar en que no pudiera vérsele."


Mucho después, en el siglo XVIII, Johann Goethe hará otra versión del cuento, sobre la que se inspiraría Dukas para componer el poema sinfónico un siglo después, en 1897.


Agradezco la inestimable colaboración de Julio Fóthy, que realizó esta paciente y esmerada labor de traducción del poema del alemán al español.

El aprendiz de hechicerode W. Goethe

El viejo brujo
Ausente por fin.
Pronto vivirán sus espíritus
También con mi auspicio.
Me grabé sus palabras
Y sus gestos.
Memoricé sus costumbres.
Y con las energías del espíritu
También yo obraré milagros.

Olas, olas,
Moveos presurosas.
Aguas que corran en ricos caudales
Para derramarse bulliciosas
En el profundo estanque.

¡Al pie ahora, vieja escoba!
Ponte tus harapos deshilachados
Ya has sido siervo por mucho tiempo
¡Cumple ahora con lo que yo quiero!

¡De pie, en dos patas,
Arriba que tengas cabeza,
Anda de prisa y
Lleva las tinajas con agua!

¡Miren, ahí baja a la orilla
De veras! ¡Ya ha llegado al río!
Y con la velocidad del rayo
Vuelve, virtiendo el agua con destreza.

¡Es esta ya la segunda!
Y se va completando la tina:
Prestamente se va llenando
A cada baldazo la piscina.

¡Quieto! ¡Quieto!
¡Ya has cumplido con mi orden!
Pero, ¡ ay...!, ¡qué espanto!
¿Cuál era la palabra convenida?

¡Ay, la palabra que al fin
Volviera a transformarla en lo que era!
¡Ay! ¡Va corriendo y trae diligente!...
¡Ay! ¡Si fueras presto, la vieja escoba,
Con cada vuelta nuevos baldazos
Y cientos de ríos viniendo sobre mí!

No, no puedo dejar que siga
Tengo que detenerlo
¡Es un sortilegio!
¡Uy! Me entra más y más miedo
¡Qué miradas, qué semblantes!

¡Tú, engendro infernal!
¿Deberá terminar ahogada la casa?
Ya van desbordando torrentes de
Agua, todos los umbrales.
¡Una escoba maldita
Que no quiere escuchar!
¡Palo seco que eras,
Quieto has de quedar!

¿Ya para nada
Quieres dejar?
Te quiero prender,
Te quiero parar,
Y partir la vieja madera
Con el filo de mi metal.

¡Miren, está volviendo cargada!
¡Me tiro encima de ti
Que al instante caerás, gnomo maldito!
¡Con estrépito alcanza el blanco
El metal afilado!
¡Buena puntería! ¡Por mi honor!
Vean: ¡está partido en dos!

Ahora tengo esperanzas
Y podré respirar tranquilo.

¡Qué espanto!
¡Las dos mitades
Se yerguen hábiles a lo alto
Inmensos poderes! ¡Ayúdenme!

¡Y corren! Más y más
Se empapan las escaleras y la sala
¡Qué aguacero más horrible!
¡Señor y maestro! ¡Escucha mi clamor!
¡Oh! ¡Ahí va llegando el Maestro!
¡Señor, es grande la emergencia!
De los espíritus que había conjurado,
No soy capaz de librarme ahora.

¡Al rincón escoba, escoba!
¡A lo que antes habías sido!
Pues como espíritus les ordena para sus tareas,
Solamente el viejo Maestro.


Y llegamos, pues, a 1937. Walt Disney hizo la versión animada dibujando la historia contada en música por Dukas. La encontramos en ambas Fantasía, tanto la de 1940 como la de 2000.

Veámosla:




Y, para terminar, una obra de la artista Alicja Kwade, ¡Escoba inquieta, queda quieta! del 2012, expuesta en la sala de exposiciones de La Caixa, Madrid, en febrero del 2021.




1 comentario:

  1. QUÉ CONJUNTO DE GENTE SERIA, COMPROMETIDA Y SABIA!

    GRACIAS A CADA UNO.

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