Adentrándonos en el pasional Romanticismo, ese periodo en que las veleidades se desatan, los contornos se desdibujan, se da rienda suelta a las emociones, veremos cómo el tempo mismo de las obras es sometido a vaivenes, a aceleraciones y bruscos altos.
Como si fuese un muelle, el pulso de las obras se estira y se alarga y se demora para luego recobrar los segundos perdidos y tomar senderos desbocados, agitados, para volver a detenerse a recobrar el aliento.
El silencio se descubre en su magnífica elocuencia, tan importante como el sonido. Las melodías tendrán súbitos fortissimo exprimiendo al máximo las capacidades de la orquesta nueva, más grande, más potente y con una sección de percusión profusamente colorida.
Todo es desmesura y vehemencia en el Romanticismo, el contenido impera sobre el continente. Lo importante es decir, lo urgente es sentir, arrebatada, exacerbada, intensamente.
Estas dos piezas quizá sean una buena muestra de ese espíritu.
Liebestraum, de Ferenç Liszt
mi', fa', sol' fa#'
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