En verdad solo veremos algunos de sus números, ya del Ordinario, ya del Propio.
Mozart había nacido en Salzburgo en 1756, y murió en 1791. Esta sería la última de sus misas, y quedó inacabada.
La misa tiene un número de Verzeichnis que realmente no nos interesa recordar, pero sí quiero llamar tu atención hacia la inicial que acompaña la catalogación. En las obras de Mozart aparece siempre KV.
Pues la K representa la inicial del apellido de don Luis Köchel, quien se tomó el trabajo de hacer el catálogo de las obras mozartianas.
No haremos un análisis profundo de los números, simplemente intentaremos escucharlos con atención siguiendo la letra, prestando atención a la hipotiposis: a cómo describe con recursos musicales el sentido del texto, a cómo usa la orquesta y el coro para esos fines.
El primer número (pertenece al Propio) es el Introitus, la introducción. En ella, como es de esperar, lo que se pide es el descanso eterno de quien ha fallecido y a quien se le dedica la misa. Se pide que Dios le otorgue descanso y que la luz perpetua lo ilumine.
Vamos a escuchar el canto gregoriano original para esta oración., el Kyrie eleison.
Recuerda que es el único rezo en griego que se conserva en la misa: Kyrie (κύριε) significa oh, Señor, y eleison (ἐλέησον), compadécete.
Podrás notar que es muy melismático.
Volvamos a la misa que nos ocupa.
Verás que la partitura comienza con un contratiempo (se oye un intercambio entrecortado, digamos, como si tuvieran hipo: este recurso se llama hoquetus) entre los violoncellos y el resto de las cuerdas, y de inmediato aparecen con una melodía cantabile los fagotes y el corno di bassetto, que imita las notas cantadas por el fagot.
Al finalizar su melodía, se oyen cuatro notas descendentes de los trombones y las trompetas, y en la última de ellas se suman los timbales, con tres notas agoreras. Así dan paso a la irrupción del coro.
Cuando este aparece lo hace de modo escalonado, desde los registros más graves (bajos) a las sopranos.
Hay un contrapunto vocal mientras el texto dice Requiem aeternam dona eis, Domine! , pero en el minuto y 24 segundos ya vuelve la homofonía a aclarar el texto y juntos reclaman: dona eis, Domine!
Escuchemos hasta allí:
En el minuto y 30 segundos, sigue la textura homofónica solicitando dos veces et lux perpetua (y luz perpetua), y, humilde, diminuendo, suplicante: luceat eis (los ilumine).
Luego, vendrá la sección de la soprano como solista, que alternará con el coro, el cual terminará con el mismo texto y motivo melódico del comienzo.
Veremos ahora otro número del Propio: el día de la ira.
Antes de continuar con la misa de Mozart, vamos a dedicar 32 segundos a conocer el canto llano correspondiente:
El texto nos presenta un Dios que, a la hora de juzgarnos, estará lejos de ser misericordioso.
Se presenta como un juez implacable y riguroso.
Escuchemos:
Dice: día de la ira, aquel día en que los siglos serán reducidos a cenizas, siendo testigos David y la sibila. ¡Cuánto estremecimiento vendrá cuando llegue el juez a juzgarnos estrictamente!
Fíjate con qué maestría describe musicalmente Mozart el rigor del furioso Dios: cómo usa los bronces y los timbales para pintar un espectáculo dantesco, de cielos arrebatados y vientos huracanados mezclándose con las escalas vertiginosas de las notas arrebatadas de los violines; cómo divide al coro en dos partes, casi responsorialmente, contestando las voces superiores a los bajos con movimientos zigzagueantes como las olas de un mar bravío; cómo se vislumbra el terror ante la proximidad del veredicto, de la rígida sentencia.
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