Eran capaces de ver sonidos coloreados. Cuando escuchaban música, veían sus colores.
Uno de ellos fue Alexander Scriabin, quien creó además un acorde místico.
Vamos a escuchar su poema sinfónico Prométhée, le poème du feu (1910)
Esta pieza debía ejecutarse con un órgano de colores, instrumento que debía proyectar luces coloreadas correspondientes a cada nota que producía.
Tanto Scriabin como Vassily Kandinsky se acercaron a la teosofía, que sostenía que la capacidad de la sinestesia enmarcaba al que la padecía -o gozaba- dentro de los seres humanos con un estadío evolutivo superior.
De este pintor ruso, gran amigo de Schönberg -y violoncellista y pianista-, veremos una obra producto de la sinestesia que combinaba danza, música y color: El sonido amarillo (1909).
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